Y
llegamos a ser abuelos…
José Toro
García
Portoviejo, Ecuador
Portoviejo, Ecuador
Desde
las últimas décadas del siglo pasado percibimos que la sociedad
“vive más de prisa, que pronto se va tan lejos” y de repente
dejamos de ser una rama filial del árbol familiar para convertirnos
en tronco de una tercera generación. Ser abuelo no es una elección:
de repente el hijo desea casarse o la hija tiene que hacerlo, y en
poco tiempo nos convertimos en abuelos enternecidos y orgullosos de
enviar, a través de ellos, nuestros genes hacia nuevos
descendientes.
A
diferencia de otras épocas, los abuelos de hoy empezamos a serlo a
edades insospechadas para los de la mitad del siglo pasado: el perfil
del abuelo de antaño era el de un anciano de cabello blanco,
encorvado, que arrastraba los pies al caminar, con pocos dientes en
su boca y casi sin ánimo; las abuelas descansaban en las perezosas
mientras tejían o se desplazaban por la cocina preparando las
comidas del día y un pastel al inicio de la tarde, y los abuelos en
su hamaca leyendo el periódico y escuchando la radio; pero eran
tenidos como patriarcas, casi como sabios.
En
los jóvenes actuales estas figuras corresponden quizás a los
bisabuelos: simpáticos y consentidores pero un poco fuera de onda.
Sin embargo, muchos de los abuelos de hoy lo son incluso a la
mitad del camino entre los treinta y cuarenta, no quieren que se los
llame abuelos, visten jean, camisetas, bailan reguetón, estudian en
la universidad, navegan en internet y tienen su espacio en facebook.
A pesar de su “temprana” edad, constituyen un eslabón
fundamental en la formación de sus nietos que ven en ellos a alguien
que los quiere, escucha, comprende, protege y que los consiente.
El
afecto especial que se desarrolla en la relación con los nietos y
ante situación económica actual que lleva a ambos padres a trabajar
fuera de casa y dejar a sus hijos en manos de sus abuelos, en muchos
casos lleva a estos a asumir la responsabilidad de educar a los
nietos, tarea que recae fundamentalmente en los padres pero que no
excluye que al consentirlos, primera tarea de los abuelos, se les de
normas de comportamiento que guiarán su vida. Pero que no se
convierta en obligación lo que se hace con gusto a fin de no perder
el encanto.
Si
bien los abuelos constituyen las raíces que las nuevas generaciones
necesitan para crecer, la relación con los nietos beneficia también
a aquellos ya que reciben nuevas energías y alegrías para vivir sin
anclarse en el pasado, aprenden con ellos, los estimulan a
actualizarse en informática hasta para conocer los juegos y
expresiones de los nietos, viven con la alegría de verlos crecer lo
que les da nuevos deseos de vivir con lo que mejora su calidad de
vida, su autoestima, su ternura y hasta su inocencia.
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