sábado, 18 de enero de 2014

-* “síndrome de la casa vacía”.


Orchanski es un pediatra cordobés muy reconocido, y éste es un   artículo que publicó en uno de los diarios de Córdoba.   Los abuelos no sólo cuidan; son el tronco de la familia extendida,   aportan algo que los padres no siempre vislumbran: pertenencia e   identidad.   Enrique Orschanski.   19/01/2013 | Enrique Orschanski (Médico)        En los últimos 50 años, nuestro estilo de vida familiar cambió drásticamente     como consecuencia de un nuevo sistema de producción.     La inclusión de la mujer en el circuito laboral llevó a que ambos   padres se ausenten del hogar por largos períodos creando como   consecuencia el llamado “síndrome de la casa vacía”. El nuevo   paradigma implicó que muchos niños quedaran a cargo de personas ajenas   al hogar o en instituciones. Esta tercerización de la crianza se   extendió y naturalizó en muchos hogares.     Algunos afortunados
 todavía     pueden contar   con sus abuelos para cubrir muchas tareas: la   protección, los traslados, la alimentación, el descanso y hasta las   consultas médicas.     Estos privilegiados chicos tienen padres de padres, y lo celebran   eligiendo todos los apelativos posibles: abu, abuela/o nona/o bobe,   zeide, tata, yaya/o opi, oma, baba, abue, lala, babi, o por su nombre,   cuando la coquetería lo exige.   Los abuelos no sólo cuidan, son el tronco de la familia extendida, la   que aporta algo que los padres no siempre vislumbran: pertenencia e   identidad, factores indispensables en los nuevos brotes.   La mayoría de los abuelos siente adoración por sus nietos. Es fácil   ver que las fotos de los hijos van siendo reemplazadas por las de   estos. Con esta señal, los padres descubren dos verdades: que no están   solos en la tarea, y que han entrado en su madurez.     El abuelazgo constituye una forma contundente de   comprender   el paso  
 del tiempo,   de aceptar la   edad y la esperable vejez. Lejos de   apenarse, sienten al mismo tiempo otra certeza que supera a las   anteriores: los nietos significan que es posible la inmortalidad.   Porque al ampliar la familia, ellos prolongan los rasgos, los gestos:   extienden la vida. La batalla contra la finitud no está perdida, se   ilusionan.     Los abuelos miran diferente.     Como suelen no ver bien, usan los ojos para otras cosas.     Para opinar, por ejemplo. O para recordar.   Como siempre están pensando en algo, se les humedece la mirada; a   veces tienen miedo de no poder decir todo lo que quieren.   La mayoría tiene las manos suaves y las mueven con cuidado.     Aprendieron que un abrazo enseña más que toda una biblioteca.   Los abuelos tienen el tiempo que se les perdió a los padres; de alguna   manera pudieron recuperarlo. Leen libros sin apuro o cuentan historias   de cuando ellos eran chicos. Con cada   palabra, las  
 raíces se hacen   más   profundas;   la identidad, más probable.   Los abuelos construyen infancias, en silencio y cada día.     Son incomparables cómplices de secretos.     Malcrían profesionalmente porque no tienen que dar cuenta a nadie de   sus actos. Consideran, con autoridad, que la memoria es la capacidad   de olvidar algunas cosas. Por eso no recuerdan que las mismas gracias   de sus nietos las hicieron sus hijos. Pero entonces, no las veían, de   tan preocupados que estaban por educarlos.     Algunos todavía saben jugar a cosas que no se enchufan.   Son personas expertas en disolver angustias cuando, por una discusión   de los padres, el niño siente que el mundo se derrumba.     La comida que ellos sirven es la más rica; incluso la comprada.     Los abuelos huelen siempre a abuelo.     No es por el perfume que usan, ellos son así.     ¿O no recordamos su aroma para siempre?   Los chicos que tienen abuelos están mucho   más cerca
 de la   felicidad.       Los que los   tienen lejos, deberían procurarse uno (siempre hay buena   gente disponible).      FINALMENTE Y PARA QUE SEPAN LOS DESCREIDOS....     LOS ABUELOS NUNCA MUEREN, SOLO SE HACEN INVISIBLES.Enrique Orschanski (Médico)
Precioso artículo...
Para los que fuimos nietos de abuelos/as muy queridos.... Para quienes tienen la suerte de tenerlos y para los que tienen la dicha de serlo....


Orchanski es un pediatra cordobés muy reconocido, y éste es un artículo que publicó en uno de los diarios de Córdoba el 19 de enero de 2013. 

Los abuelos no sólo cuidan; son el tronco de la familia extendida, aportan algo que los padres no siempre vislumbran: pertenencia e identidad. 

En los últimos 50 años, nuestro estilo de vida familiar cambió drásticamente como consecuencia de un nuevo sistema de producción. La inclusión de la mujer en el circuito laboral llevó a que ambos padres se ausenten del hogar por largos períodos creando como consecuencia el llamado “síndrome de la casa vacía”. 

El nuevo paradigma implicó que muchos niños quedaran a cargo de personas ajenas al hogar o en instituciones. Esta tercerización de la crianza se extendió y naturalizó en muchos hogares. 

Algunos afortunados todavía pueden contar con sus abuelos para cubrir muchas tareas: la protección, los traslados, la alimentación, el descanso y hasta las consultas médicas. 

Estos privilegiados chicos tienen padres de padres, y lo celebran eligiendo todos los apelativos posibles: abu, abuela/o nona/o bobe, zeide, tata, yaya/o opi, oma, baba, abue, lala, babi, o por su nombre, cuando la coquetería lo exige. 

Los abuelos no sólo cuidan, son el tronco de la familia extendida, la que aporta algo que los padres no siempre vislumbran: pertenencia e identidad, factores indispensables en los nuevos brotes. 

La mayoría de los abuelos siente adoración por sus nietos. Es fácil ver que las fotos de los hijos van siendo reemplazadas por las de estos. 

Con esta señal, los padres descubren dos verdades: que no están solos en la tarea, y que han entrado en su madurez. 

El abuelazgo constituye una forma contundente de comprender el paso del tiempo, de aceptar la edad y la esperable vejez. 

Lejos de apenarse, sienten al mismo tiempo otra certeza que supera a las anteriores: los nietos significan que es posible la inmortalidad. Porque al ampliar la familia, ellos prolongan los rasgos, los gestos: extienden la vida. La batalla contra la finitud no está perdida, se ilusionan. 

Los abuelos miran diferente. Como suelen no ver bien, usan los ojos para otras cosas. Para opinar, por ejemplo. O para recordar. Como siempre están pensando en algo, se les humedece la mirada; a veces tienen miedo de no poder decir todo lo que quieren. 

La mayoría tiene las manos suaves y las mueven con cuidado. Aprendieron que un abrazo enseña más que toda una biblioteca. 

Los abuelos tienen el tiempo que se les perdió a los padres; de alguna manera pudieron recuperarlo. Leen libros sin apuro o cuentan historias de cuando ellos eran chicos. Con cada palabra, las raíces se hacen más profundas; la identidad, más probable. 

Los abuelos construyen infancias, en silencio y cada día. Son incomparables cómplices de secretos. Malcrían profesionalmente porque no tienen que dar cuenta a nadie de sus actos. Consideran, con autoridad, que la memoria es la capacidad de olvidar algunas cosas. Por eso no recuerdan que las mismas gracias de sus nietos las hicieron sus hijos. Pero entonces, no las veían, de tan preocupados que estaban por educarlos. Algunos todavía saben jugar a cosas que no se enchufan. 

Son personas expertas en disolver angustias cuando, por una discusión de los padres, el niño siente que el mundo se derrumba. La comida que ellos sirven es la más rica; incluso la comprada. 

Los abuelos huelen siempre a abuelo. No es por el perfume que usan, ellos son así. ¿O no recordamos su aroma para siempre?

Los chicos que tienen abuelos están mucho más cerca de la felicidad. Los que los tienen lejos, deberían procurarse uno (siempre hay buena gente disponible). 

FINALMENTE Y PARA QUE SEPAN LOS DESCREÍDOS.... LOS ABUELOS NUNCA MUEREN, SOLO SE HACEN INVISIBLES.

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