Al
ocaso del dia, ocurría a veces, una cena tardía, donde quizás una
opipara comida, daba en caminar bajo los amplios parrones que poseía
la casona de Pablo Rubio 332. Tan amplia que vivíamos dos familias y
un arrendatario, la famosa señora María que laboraba en esos años en el
Matadero de Requinoa, lo que para nosotros era muy curioso. La
veíamos tarde mal y nunca, pero se adivinaba su presencia por el
particular perfume del tabaco que sería siempre su infaltable compañía.
Una
de esas tardes de verano y despúes de la cena inevitablemente salía mi padre a dar una vuelta por el sombrío parrón quizás a “despejar la conciencia” y en la
quietud de la noche de verano, descarga unos sonoros y sonpresivos vientos -bueno nadie había alrededor- pero de improviso se dibuja el resplandor de un pitillo y
una cara iluminada de doña María quien inmutable y sin mediar
comentario dice muy sencilla y simplemente:
" muy bien don Enrique, si no guarda plata, no guarde viento”
el recuerdo de aquella inesperada reacción siempre nos produjo a todos nosotros una genuina carcajada que nunca olvidaremos. Es que eran tiempos increíbles.
" muy bien don Enrique, si no guarda plata, no guarde viento”
el recuerdo de aquella inesperada reacción siempre nos produjo a todos nosotros una genuina carcajada que nunca olvidaremos. Es que eran tiempos increíbles.
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